"Creo que empecé a jugar tarde, fue recién a los nueve años". Enrico Becuzzi no duda cuando se le pregunta por qué piensa que todavía no pudo alcanzar su sueño: ganar un partido en un torneo de la ATP, la Asociación de Tenistas Profesionales. Y aunque nadie puede decir que está en lo cierto, es evidente que algo debe tener. Un dato: en los últimos 25 años, ya se anotó y disputó la clasificación en 250 torneos a lo largo y lo ancho de todo el planeta. Y perdió los 250, claro...
Italiano, de 43 años (nació el 23 de marzo de 1973), Enrico lleva más de dos décadas recorriendo cuanto torneo aparece. Pero todos con la misma suerte: ninguna. Aunque eso no lo desalienta. Y mucho menos hoy, que siente que el retiro está cada vez más cerca. "No quiero irme a casa sin una victoria. Una vez, en el 2003, en un torneo en Sofía, Bulgaria, estuve a punto de ganar. Y si bien no lo logré, al otro día estaba entrenándome más fuerte. Hasta que tenga fuerzas y ganas lo voy a intentar. No quiero abandonar. Busco una victoria, sólo una, y después chau", cuenta.
Como muchos tantos otros tenistas de su generación, Enrico creció admirando a los cuatro mosqueteros de los años 80: Lendl, McEnroe, Wilander y Connors. Y fue ahí, frente a un televisor, cuando sintió que esos serían sus espejos. "Mi papá me regaló una raqueta de madera y me llevó a un frontón que teníamos en casa para que aprendiera a pegarle a la pelotita. Desde ese momento me enamoré del tenis", explica
Y el amor, sin dudas, fue muy fuerte, invencible. Tanto que a pesar de la seguidilla de derrotas, nunca se dio por vencido. Y eso que recibió varios palazos. Perder 6-0, 60, por ejemplo, se convirtió en algo habitual. De hecho, ese fue el resultado de uno de los últimos partidos que disputó: en la clasificación del Abierto de Roma, ante el ignoto Doménico Giorgetti. "Fue un golpe duro porque sentí que se me podía dar. Pero no bajo los brazos", asegura.
Su nefasta racha, de todos modos, lo convirtió en un personaje singular y hasta le dio cierta fama. El propio Enrico, de hecho, suele guardar los recortes periodísticos en los que se habla de su particular caso. Y si no los consigue de primera mano, deja la raqueta para moverse mejor con el teléfono y la computadora y, así, conseguirlos
Winton Churchill tenía una frase famosa: "El suceso es la habilidad de pasar de un fracaso al otro sin perder jamás el entusiasmo". Y no hay dudas de que le calza justa a Enrico, quien ya tiene claro que le gustaría dedicarse a la música cuando se despida definitivamente de los encordados
¿Si hace autocrítica? Sí, y de manera feroz. "Mi saque es muy flojo. Es el gran punto débil. Físicamente estoy a la altura de un jugador medio. Y mentalmente, a veces me siento estupendo dentro de la cancha y en otras, totalmente vacío".
Dejar todo, por lo pronto, le podría dar un respiro económico, ya que no tiene sponsor ni nadie que lo banque. "Toda mi vida pagué los viajes de mi bolsillo, las estadías en hoteles de menos de media estrella y hasta dormí en aeropuertos por no tener plata ni para comer. Pero nunca dejé de lado la posibilidad de mejorar con la raqueta. Lo que pasa es que a veces la vida no te concede aquello que querés con tantas ganas", recuerda.
Y si bien ya descartó la utopía de parecerse a Djokovic, Federer, Nadal o Murray, tampoco se entrega: "No me arrepiento de mi elección de vida. El futuro lo veo con luces y sombras. Pero no dejaré de jugar porque tengo que estar listo para mi gran día. Puede ser cualquiera en el calendario y tengo que estar preparado".
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