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lunes, 14 de noviembre de 2016
Murray Nadie esperó tanto para subir el último peldaño
El merecimiento de un competidor con una ética de trabajo fuera de toda duda. Andy Murray acudirá a las Finals ATP de Londres, donde se reunirán los jugadores más fuertes del año, con una realidad en las manos: por primera vez en su carrera, en una trayectoria marcada por la condición de gran alternativa, es el principal jugador a batir. Desde hace meses lleva demostrando ser el mejor jugador del momento y, en una disciplina extremadamente justa con los méritos, el ordenador le ha dado la razón. El británico se establece al frente de la clasificación, un estatus que podría perder bajo la cubierta del O2 Arena la próxima semana, demostrando uno de los mayores ejemplos de resistencia vistos recientemente en el deporte. La fase que se abre por delante abre muchos interrogantes. ¿Comenzará una etapa de dominio del británico? ¿Aguantará el rol de líder del vestuario? ¿Queda lo mejor de su carrera por aparecer? Sus bases, no queda duda, son más que estables.
Tan meritorio parece lograr un objetivo como tener la paciencia necesaria para darle forma. Es mejor estar preparado para una oportunidad y no tenerla nunca que tener una oportunidad y no estar preparado. Esa es una de las grandes virtudes del escocés. Humana y deportivamente, Andy Murray ha convivido con tres de los mayores perfiles vistos en el deporte, acumulando registros históricos en el bando menos valorado del esfuerzo. Nadie perdió cinco finales de un mismo grande sin coronarlo hasta que lo hizo Andy en Australia. Nadie ocupó el segundo escalón del ranking y aguardó más de ocho años (!) para subir al último peldaño hasta que lo hizo Andy entre 2008 y 2016. Y nadie, tampoco, ha necesitado en las últimas cuatro décadas acumular 29 años de vida para tocar la cima del deporte hasta que Murray ha impuesto su espíritu ante el vestuario. Curioso logro para quien, hablando de los objetivos de 2017, establece su máxima: “He descubierto que funciono mejor cuando establezco objetivos a corto plazo”.
La ascensión de Murray, su conversión en un jugador fiable cada semana (ha firmado 12 finales en 17 torneos esta temporada), ha venido acompañada de un tremendo progreso en golpes que actuaban como complemento, pero nunca como sostén de su juego. A unas habilidades evidentes de devolución, cobertura de fondo y revés, elementos que han aupado su juego en una época de pistas ralentizadas, el de Dunblane ha incorporado durante los últimos dos años un abanico de recursos con el servicio, una fortaleza necesaria en una era donde los argumentación de devolución son un principio permanente. Siendo un competidor increíblemente estable en los partidos jugados a ritmo tras la línea, Andy ya no es una figura que prioriza la contención como único argumento. Sus patrones de saque se han convertido en uno de los más complejos de anticipar en el circuito: gana un 85% de los juegos donde pone la pelota en circulación y un 67% de los puntos que disputa con su servicio. Asegura mucho, y frecuentemente con margen. El mejor registro de su carrera.
Para tocar la cima, cierto es, Andy ha tenido que aguardar a una fase delicada de sus máximos rivales. Lejos de representar un asterisco, supone subrayar la ambición del que sigue tocando la puerta pese a tener los nudillos pelados. Con Rafael Nadal y Roger Federer fuera de la competición desde la mitad del curso y un Novak Djokovic alejado de la fase dominadora que ha representado en los últimos años (aunque le ha ganado dos finales de Grand Slam), Andy ha encontrado un escenario para situarse como el hombre a batir. Su temporada apenas registra tres victorias ante rivales Top 5, pero la estabilidad encontrada (73-9 de balance) demuestra la madurez competitiva alcanzada en esta fase de su carrera.
Para entender el mérito del escocés, para intentar poner en su justa medida la altura de lo logrado, basta echar un vistazo a su historial de cumbre. Si el deporte es un ejemplo de superación personal y visión del mérito ajeno, el británico es un exponente evidente de ambas facetas. Murray es un competidor que tiene perdidas las batallas, en algunos casos muy claramente, ante todos los máximos rivales de su carrera profesional (ha cedido 17 de los 24 partidos jugados ante Nadal; 24 de los 34 disputados ante Djokovic; y 14 de los 25 librados ante Federer). Su (gran) carrera ha quedado constreñida entre tres trayectorias históricas. Pero, y tras hacer de la sombra su hogar, es número 1 del mundo. Porque, especialmente en un deporte individual, no se trata únicamente de golpear duro. Sino de lo que uno esté dispuesto a encajar sin dejar de avanzar.
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