Es uno de los tenistas más ganadores de la historia y una leyenda viva del deporte. Un jugador respetado por sus colegas y adorado por la gente. Un nombre que genera millones. Un hombre de familia. Roger Federer tiene la vida resuelta desde hace tiempo. Bien podría retirarse y dedicarse a disfrutar. Pero el suizo es, ante todo, un competidor nato y ambicioso. Por eso no sorprende que, cuando muchos hablaban ya del ocaso de su carrera, haya logrado reinventarse más de una vez y en Melbourne haya vuelto a tocar el cielo con las manos. Fue en una final de finales ante -tal vez- su más grande rival. El gran Roger venció 6-4, 3-6, 6-1, 3-6 y 6-3 a Rafael Nadal en la final del Abierto de Australia, sumó su 18° título en un Grand Slam y ratificó que, a pesar del paso del tiempo, su raqueta tiene mucho tenis para regalar.
Durante las dos semanas en Melbourne mucho se habló de lo bien que le hizo al suizo el parate que se tomó luego de Wimbledon 2016 para recuperarse de la lesión en su rodilla izquierda. Esos seis meses alejado de la competencia parecen haberle servido para recargar energía y volver rejuvenecido y con su tenis en nivel superlativo. Aunque no es la primera vez que se renueva.
Ya lo había hecho en 2015, cuando luego de dos temporadas complicadas, en las que una crisis de resultados y algunos problemas en su espalda lo habían hecho perder protagonismo y lugares en el ranking, volvió a jugar en un nivel cercano a la perfección, con un tenis potenciado con muchas variantes que le permitió vencer a Novak Djokovic en la final de Cincinnati y llevarlo al extremo en la definición del Abierto de los Estados Unidos, donde no pudo festejar pero deslumbró dentro de la cancha.
Con la misma energía arrancó el 2016. Pero tras caer ante el serbio en las semifinales en Melbourne, se lesionó la rodilla mientras jugaba con sus hijas y por primera vez en su carrera debió pasar por el quirófano. Regresó en abril en Montecarlo, pero la molestia en la zona afectada persistió y cerró la temporada en julio. Con casi 35 años y toda la gloria acumulada, podría haber dicho basta. Pero él no sabe lo que es bajar los brazos.
Cuando muchos ya lo pensaban como un ex jugador, le dio tiempo a la rodilla para sanar y volvió lo antes que pudo a los entrenamientos. "Se siente y trabaja como si tuviera 25 años", había comentado en noviembre su preparador físico Pierre Paganini, como anticipando lo que se podía venir. Y en Melbourne, el suizo dejó a muchos con la boca abierta.
Superó casi sin sobresaltos un cuadro complicado, al que ingresó como 17° preclasificado. Les ganó a tres top 10: Tomas Berdych, Kei Nishikori y Stan Wawrinka. Y en la final más esperada, jugó un partido inteligente ante un Nadal también cercano a su mejor versión, que tantas veces lo había hecho sufrir en una cancha.
La estrategia de Roger fue clara. No esperó en la línea de base por los peloteos largos que mejor le sientan al español. Presionó desde el inicio, se metió en la cancha, subió a la red y jugó un tenis agresivo y rápido, sacándole el máximo provecho a su revés. Así, logró doblegar a un rival que le había ganado seis de las ocho finales que habían jugado en un Grand Slam.
El final, con suspenso -Rafa pidió el ojo de halcón para una derecha cruzada del suizo-, desató el festejo alocado de Federer, con saltos y risas y luego lágrimas de alegría, alivio y de satisfacción. Así extendió su leyenda y dejó en claro que, si de tenis se trata, aún tiene mucho que decir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario